¡Quizás el invierno esta palabra humedecida por lluvia que no llega!
DECLARACIÓN DE AMOR A GRANADA
Depredar sentidos con las manos cuando de poner orden al caos de creadora se trata.
Ideas de pronto vestidas de palabras desbocado lenguaje que de sí ignora simbolismo…
Cuando rozamos piedras frotándolas intensamente saltan chispas… sorprendentes, sorprendidas, sorprendiéndonos para que el fuego sea.
“No encendáis un fuego que no apagarás” dice Granada.
¿Cómo hacerlo si fuego eres y de chispas está hecha nuestra piel?
Sólo compartido sudor puede refrescarnos porque apagarnos tras el fuego voraz de incendio transformado que no de hoguera mientras vivamos jamás.
GRANADINOS
Noel Rivas es otra Granada ¡a buen seguro que más auténtica por compartida!
De otros combates nacimos ¡pero hemos compartido tanto y tan de veras!
Reinaba entonces cuando libre su entero corazón en la geografía sin límites del Caimito, fruta de calle cual metáfora de síntesis entre las palabras que jamás quiso escribir y las que pensadas de tanto acariciar tampoco dijo.
Tierras solares fue un acto de amor aunque tardío, España contemporánea una deuda impagada con Rubén que nunca supe.
Del ron al vino español pasando por el whisky -tan de otros- ¿qué distancia ha transcurrido?
Andalucía le hizo crecer el corazón hasta no poder más de silencios…
Y una primavera madrileña vinieron a contarme que moría, nunca quise creer en lo escuchado sin hallar explicación lo supe vivo
El negro bravo siempre fue un cauce de palabras abierto desde que decidió aporrear la luna como si fuese tambor batiente a ritmo de mambo… y contarnos cuentos como a quien a los demás desnuda en el desnudarse a sí mismo.
Fue mi señal de identidad con las noches granadinas con las naderías de la juventud donde surge Noel hablando una vez más de literatura como un Shakespeare chapiollo recolectando sombras a la luz de la poesía.
Noel Rivas Bravo es otra Granada ¡No sé qué hace en Sevilla!
Nació en 1953 en Granada (Nicaragua). Licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca. Doctor en Derecho Constitucional por la Universidad Complutense de Madrid. Docente de postgrado en varias universidades centroamericanas durante más de quince años. Premio de poesía Universidad de Navarra, con el poemario Hipótesis del amor, 1979. Finalista del Primer Concurso de Poesía Botón Charro (Salamanca), por el poema Tríptico de la noche. Tiene publicados poemas y artículos en distintos medios impresos y virtuales tanto de España como de Nicaragua. Premio Andrés Bello, Academia Hispanoamericana de Buenas Letras, Madrid 2018.
Libros:
Perfil del olvido. Antología personal (1976-2012). Foro Nicaragüense de Cultura. Managua, 2013.
Estigmas de silencio. Poemas (1971-1976). Editorial Amarante. Salamanca, 2014.
Poética de la simpleza. Editorial Amarante. Salamanca, 2014
Color de luz, Morada al Sur, Colección de poesía latinoamericana, Ediciones Hespérides, Mar Del Plata Argentina 2019.
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Las imágenes que acompañan los poemas son obra del artista plástico EDILBERTO SIERRA (Bogotá 1956). Maestro de Artes Plásticas de la Universidad Nacional de Colombia. Ha expuesto en España, Francia, Italia, Alemania, Bélgica, México, Cuba, Puerto Rico, Brasil. Es autor de Papeles para un voyerista binario, Fragmentos para una historia continua, Materiales para ensamblar un ángel. Es profesor de artes de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y del Ce-art de Bogotá.
El poeta Gonzalo Márquez Cristo dice de él y de su arte: «Su pintura transcurre, el deseo sigue su itinerario laberíntico, los ojos se desprenden, los pies caminan sobre el agua… Nos hace comprender que el erotismo siempre es un viaje hacia el centro, que las caricias se hacen por debajo de la carne, que la vida es un acto de trapecistas, que a veces la sangre se convierte en arcoiris».
Registrar el universo por el respaldo, acumular todos los datos posibles de la harija y la pátina, preparar el informe de las imágenes que nunca existieron y pensar que se inventa.
Sortear la pena de no crear, producir siluetas enteramente echadas a perder, dejar que un texto muera sin lector inventado y soñar que el viento puede descifrar el amor.
Dejar versos en la espalda de un muerto, dejar caer una letra como si fuera una porcelana y sentir en un cuerpo dormido el calor de la ternura.
Vivir los días creciendo o casi consumiendo, acumularlos para la fecha festiva de las márgenes y oír que tienen nombre, que se van llenando de fantasmas.
Construir un propósito al levantarse para poder caminar seguro del suelo. Sospechar que hace falta algo para que sea completo el humano que dejamos de acicalar en el baño.
Concentrar entre los ojos una promesa, dar por sentada toda la experiencia y saber que está vacío, todavía, el gesto para sonreírle algún día a los recuerdos.
Escribir, escribir hasta que comencemos a aparecer entre las cosas.
LAS COSAS QUE APRENDÍ
Aprendí que siempre se muere solo y que la agonía es la intimidad más reveladora.
Aprendí, que a veces, es mejor sólo desaparecer, volverse un desconocido para que todos puedan estar bien.
Aprendí que la libertad sólo puede estar en la distancia y que sentirse insatisfecho es una condición feliz para poder encontrarse.
Aprendí que el nacimiento siempre es un golpe de azar que conlleva todas las entregas y que la mejor forma de ser responsable con la vida es intentando ser uno mismo.
Aprendí que hay muchas cosas que no valen absolutamente nada y que muchas de ellas, sólo sirven para perder el camino, pero por sobre todas las cosas, aprendí que se debe luchar, pero no hasta la muerte, sino hasta el momento oportuno para poder dejar una historia. Aprendí que las mejores historias, nunca terminan.
Mi poesía es la infancia, los caracoles dormidos escuchando la lluvia, las melancólicas crisálidas colgadas como hamacas en mitad de la noche.
Mi poesía es la infancia, escondida en los armarios, buscando refugio al dolor de estar vivo entre las balas.
Yo tengo una cara arrasada para decirle a los juegos de las maras y el barrilete que las cicatrices sanaron para dejar marcas de protesta ante el olvido.
Hay un inventario escondido entre la tierra y una pistola de fulminantes esperando a que regresen los indios.
Hay un juguete para nombrar todo el desconsuelo.
Yo he desenterrado muchas veces el milagro que temblaba en mi mano como un polluelo.
Mi poesía es la infancia, que mira lela los telegramas resplandecientes escritos por los fusiles.
Todo ese murmullo son los mitos que quedaron confundidos ante el horror.
Yo vuelvo a la infancia para decir silencio.
Yo hablo de unas manos encalambradas de tanto rezo entre los labios.
Yo vuelvo a la infancia, a casas con laberintos felices de comején y hormigas buscando las melcochas.
Yo vuelvo a la infancia para recobrar los juegos y el coraje.
En mis ojos, sigue un niño columpiándose entre los Poma Rosas, un niño que sabe del campo, de las sutiles lluvias del asombro.
DIENTE DE LEÓN
Copito de nieve le decíamos y soplábamos los sueños con nuestros labios niños.
Muchas de las cipselas planearon, lo mejor que pudieron, hasta encontrar la tierra: el mullido amor que llamamos barro y que sirve para medir nuestro destino.
Fuiste mota en la nariz de un elefante la mejor manera de anhelar un beso o esperar una historia.
Has crecido en los bordes olvidados, en los lugares que van tomando nombre de callejón, baldío, frontera. Te he visto florecer en los campos como una invasión y en las orillas de una alcantarilla como el último intento de la belleza. Mañana crecerás sobre mi tumba, cuando todos hayan muerto.
He aprendido, de algún modo, a arribar a la claridad. Soy bastante material, cuarzo, leño, hojarasca y lágrimas.
Me miro al espejo y presiento que algo va arder de un momento a otro entre mis grietas.
Bajo la condición más cercana a la lluvia, he confabulado otras palabras para rehacer mi origen.
Alguien, me dio el amor, y lo abracé con todas mis fuerzas para salvar el mundo mas, nada ha parecido legítimo y he tenido que entregar muchas cuentas a la desolación.
En las orillas he logrado mis más cándidos naufragios.
Sólo soy alguien, que ha intentado inventariar las largas distancias del silencio. He recorrido la existencia como si estuviera visitando un recuerdo y he ido de un lugar a otro colgando mi fantasma entre los huesos. Tengo el corazón encandilado.
Quizás llegué inadecuadamente.
Este revoltijo de amaneceres no era todavía para gastarlo, pero ya no hay salida vine a despertar entre las cosas.
LO QUE EL OJO DEJÓ ATRÁS
He destrozado todos los tributos, las formas amables del resguardo.
He vaciado el nombre que me otorgaron, las cruentas persistencias del afecto y todo lo que podía sostenerme entre los huesos.
He huido, atizado por un fuego lejano, por la avaricia de cierto furor fugitivo. He huido como la resaca, como un niño asustado y he impuesto un dolor, la inevitable forma de la angustia.
Ahora tengo una masa de días para aburrirme, para entablar una soledad, y en ella, la insistencia de buscar el intuido sabor de una libertad más concebida a mi medida.
El ejercicio del desalojo promueve el abatimiento, produce una úlcera que arde con cada recuerdo, es como la agonía de una chispa, como el abismo de una hoja. No tengo el artificio para dejar quietos los fantasmas. Todo me arrastra hacia los tiernos lugares del origen. He provocado mi destino y cuando he tenido que invocar un Dios no he dudado en la gratitud del amor, en la inmensa y salvaje forma que tiene una caricia.
He insistido en la más personal versión de mí mismo, sin embargo, cuánto duele, cuánto cuesta no dañar, partir sin dejar rastro. Ver hacia la tierra de la infancia y no soltar el llanto.
Lo que el ojo dejó atrás se parece mucho a la tristeza y camino como un vagabundo, tantas horas, tantas veces, entre la niebla y el silencio llevando a cuestas el fuego como si de un fugitivo farolero se tratara. No sé qué calle es la que hay que iluminar para terminar conmigo.
Era la biblioteca, los libros como piedras preciosas. Bajo la superficie de esos cristales silenciosos un niño aprendió la letra cursiva para cortejar la primera revelación. Nadie conoce de los colores que pude observar en las tardes trepado a un Pomarrosa y sin embargo, dejé tentáculos arribando como piezas de museo en la memoria. Cada letra y cada dibujo constituyen la forma más feliz de la soledad. Desde un rincón perdido, en la infancia, lograba las primeras versiones de la errancia. Ahora, cada vez que me sorprendo en el espejo, un animal me mira sin miedo luego desaparece, en lo más profundo, dejando una mancha oscura en el aire.
ELEGÍA PARA MIS CANICAS
Pocos tenían una canica de vidrio transparente, pero habíamos los de las maras cristal puro, fundido para cubrir, en el centro mismo, unas vetas, unos colores deslizándose, otorgándole belleza. Esferas sagradas, como talismanes escondidos en los bolsillos dando tanto poder al saco de oro; qué ambiciosos éramos entonces, qué piedras preciosas mostrábamos como joyas y nuestra canica, contra los balines, contra los negros yunques del desprecio. Pocos saben del serio asunto en que nos metíamos cuando de jugar boliche se trataba la Troya era una verdadera guerra y entonces, comprendíamos mejor a Homero con sus reliquias cantando. ¿Dónde estarán las canicas de la infancia, en qué mano alumbrarán como una estrella?
POEMA PARA RECORDAR A UN HOMBRE QUE EVOCABA EL FUTURO
Debajo de las cinco de la tarde cuando los eucaliptos del viejo camino de la choza comenzaban a recoger sus golondrinas los dos calderos alquímicos de sus ojos salían a atisbar la piedra filosofal de la tarde. La mirada ágata empezaba a alargarse hasta herir el lomo de las nubes y el ocaso, desangrándose en un anaranjado violento hurtaba todos los colores al bosque.
La madera, a veces, aún cruje cuando siente llegar la brisa, que escurridiza, se desflora por entre los sueños de los bueyes dormidos: presiente la sombra del agorero a través del corredor, su respiración buscando el mutismo ansioso de los niños.
Siempre había delante de la terraza un silbido siniestro que daba la bienvenida a su voz de patriarca. Los mechones ahumados de sus cejas y sus barbas resplandecían como un lengua de fuego en la fogata. Todos buscábamos, sentados en el suelo, el calor tierno de la noche y los ojos nos brillaban como rubíes asustados, encandelillados por sorpresa ante su presencia.
Las sombras danzaban o cruzaban sobre el espíritu de las yeguas que estaban pariendo en el establo y un escalofrió color silencio nos bañaba la piel hasta convertirnos en un muñón de nervios abrazados. Su rostro perdía la humana sensación de la vida y entre las palabras parecía buscar de nuevo el regreso hasta su infancia.
Alguna vez dijo que en el solar estaba enterrada la calavera de un animal mitológico: un esqueleto que le había dado por enterrarse debajo de la fragancia de los seres que sólo él había recobrado del olvido.
La anciana bruja de la cocina nos decía, mientras salaba los pescados, que las cicatrices en las palmas de las manos se las había hecho un hojarasquín del monte y desde entonces nadie podía negar su poder de bestia obsesionada por la siembra. Muchos en la taberna del pueblo solían brindar por el abuelo levantaban sus botellas repletas de cerveza e imitando el vuelo de las luciérnagas escupían a las moscas dormidas en el mostrador creyendo que de veraz alcanzaban a figurar con inocencia un poco de la silueta pasada del anciano.
Nadie supo nunca de dónde vino, mas pronto se enamoraron de su ancha espalda con la cual podía echarse el pueblo a cuestas.
Siempre cargaba un pincel y toda la gente lo buscaba para que dejara la sombra de sus ancestros conversando para siempre en las salas de las casas.
Cuando hablaba de su pasado, solía callar y silbar y los años parecían, de pronto, ante su sola figura escabullirse como animales asustados. Cojeaba Como si pisoteara ángeles rebeldes y sus gestos le transformaban el semblante hasta convertirle los labios en oscuridad y aullido, pero a la luz de la acuclillada fogata nuestro viejo era más amable y su sombrero parecía una vieja lechuza descansando en su cabeza.
Sus palabras nos llevaban a navegar sobre lomos de cebúes que habían logrado aprender el lenguaje de las garzas. Miles de patrias fueron descritas con su palabra que, en los inviernos, engendraba el arrullo y el beso en nuestra frente.
A nuestro lado su sonrisa parecía señalarnos el día en que seriamos hombres: esa impecable entrada del juego nos presagiaba el final de una historia y a la vez, nos preparaba para toda su estatura. Su ancho poncho jugueteaba entre nosotros como un fantasma poseído por la risa y el viejo con sus manos de Dios nos alzaba hasta sus hombros para mostrarnos desde allí la inmensidad de la tiniebla.
Su ronca voz acallaba el bosque y todas sus criaturas y los niños pronto sabíamos que era hora de ir a soñar con el recuerdo de su credo.
Siempre se percataba de que todo quedara en orden: la casa, la anciana bruja de la cocina, los niños, el bosque y nuestro sueño, y como si algo le faltara, atizaba de nuevo el fuego en la fogata, y comenzaba con sueño a buscarse entre sus cuentos.
Yo que tengo por costumbre esta manía, esta verborrea pegada como cuero roto entre los labios, yo que grito y berreo hasta ponerme hinchado el corazón y los puños morados de tanto darle a nada y resentido.
Yo que me levanto a veces con cierta repugnancia arrinconada y susurrando, tengo que decir, que no es veneno lo que pasa sino un sabor originario que a veces nos pone a todos de luto hasta los sueños.
Esto de tener que vivir como saliendo a escena (como porfiando viento, muecas de fastidio entre los ojos), es apenas un motivo para echarle fuego hasta la sombra.
La vaina sencilla de levantarme con fastidio, de saber que vuelvo al ruedo aniquilando quejas tiene cierta insistencia de aguja punzado la carne o cualquier cosa que posibilite un grito.
Es que crecer, de pronto, con el olor de la sangre a ras de aliento es como ponerse a recordar lo echado a perder entre los sueños.
Que lo serio es esto; ponerse a vivir como si fuera cierto.
Llevar del pescuezo y a rastras, la sonrisa de hipócrita al trabajo, ponerse a hacer familia; abultar con cansancio las rutinas, llegar como despierto hasta un domingo; ponerse a mirar los días como si fueran diplomas colgados en el pecho y llorar, hasta reventar la sombra como pompa de jabón entre los dedos.
Es que gritar así no lleva a cuento sino a meras certezas de cuchillo. Es esa rasquiña, esa esquirla poniendo rojo el desespero.
Yo tengo esta manía, este desagrado hacia el reloj de las esquinas, esta gana de bajarme del mundo para siempre, de ponerle tarjeta de vencido a la mueca de amor que me vendieron.
Es que cargar de pronto con tanto lío de silencios perpetrando ciertas decepciones, con el capricho de saludar amigos y encontrar sorpresas como si fueran rostros, le vuelve arisca el alma a uno, le carga con fastidio las cobijas. Yo tengo desgarrado algo que se me sale, a veces, a maldecir los días; la sensación de no hallarme, la negación del tiempo haciendo estragos en mis huesos.
Es que uno, a veces, se levanta muerto rajado a la mitad, apenas floreciendo monotonías y bostezando hastíos.
Es que uno, a veces, se echa a podrirse encima de contritos desalientos, se nos eriza el compungido o una gana de rompernos las entrañas nos pone a mirar cualquier soledad con odio hasta estallar lamentos.
Es que a veces, yo, como cualquiera, enervado con ciertas cosas que le sacan filo a la tristeza me pongo en el oficio de desollar el llanto.
Escribir muy despacio para tener conciencia de la palabra que palpita.
Ser testigo de una hoja convirtiéndose en hojarasca.
Admirar la trasparencia que hace posible el color entre las cosas.
Resumir todos los versos y dejar solo la palabra inevitable.
¿Por qué sufro? hay tantos escombros y rostros en pánico, tantos patios donde siempre está el caracol y el lirio de lluvia.
Solares con muros de adobe y niños acuclillados buscando el silencio, es un óleo que jamás he logrado mirar desde el fondo; como la mujer asomada a la ventana o el acordeón presagiando la agonía.
Yo sufro y es amable este dolor de no hallarme, de buscarme o verme, de reflejar la cara estupefacta, enardecida y repleta de cansancio.
Me seduce el terror que sale como enredadera de los ojos, el mutismo con que reto el cristal y la presencia misma que abisma.
Hay otro en mi pupila un pozo, una profunda salida que no logro. Y estoy huyendo siempre.
Puentes colgantes que van de mi desolación hasta la habitación de la infancia. La fotografía de un niño sabiéndose recuerdo. Un ojo asustado, esa es la metáfora moderna.
Hablo de los años cuando el hombre encendía el fuego para contar historias. Digo que todo es penumbra, miedo a las sombras, a los espectros que nacen de la duda y la inocencia. Lo mejor era estallar. Besar el rostro de alguien entregando la presencia de la fe como algo natural que ocurre entre dos estrellas que pasan cada una hacia el olvido.
Yo me rompo, me agrieto hasta ser pedazo de barro reseco o pútrido desierto. Pero a veces se posa en mi resequedad una mariposa; de esas terribles cosas hablo. Días poéticos como pestañas entornando el tiempo y las ganas del cariño.
Quiero un detalle del pabellón de mi oreja, tener mi espalda de frente entre mis manos, llegar a los lugares imprecisos e imposibles de mi cuerpo; ese territorio que me basta para decir que no se conoce nada.
Y yo que tengo una apariencia, un racimo de necesidades como cascabeles colgando en una cuna vacía.
Quiero empacar mis pensamientos al vacío y en este verso escribir un espacio para decir que callo.
Hay relojes que no marcan nada y otros que insisten en ver algo que le hace falta a alguien para morir tranquilo.
Uno a veces marca vidas como si se tratara de dejar testigos de la desolación y son seres que llevan el desplazamiento palpable en la tristeza y esperan a la entrada de los cafés como si atisbaran una ausencia.
Es que todo, a veces, pareciera resumirse en aguardar las despedidas.
EPITAFIO
Porque quise la libertad, el aire, la misma muerte. Porque no me avergonzó ser un hombre, porque tuve el amor y los sueños y la soledad entre mis manos. Porque estuve vivo y dormí. Porque sentí el mundo con su historia insepulta. Porque el tiempo me fue llenando la memoria de recuerdos y de sensaciones inolvidables. Porque fui testigo de un arco iris y una luna llena. Porque comprendí el silencio tierno de los animales y jugué con las nubes. Porque observé el milagro de una crisálida y sentí el latir del corazón de un colibrí. Porque di nombre a las cosas y llené de dicha el alma de una mujer con caricias. Porque creí en Dios y en el Diablo y sin embargo, esperé siempre la nada. Porque lloré y reí y tuve orgasmos y sentí el presentimiento de develar un misterio. Porque fui feliz simplemente, por eso, porque mi tumba es un árbol y su aroma es el sándalo.
Bogotá, 1981. Licenciado en Psicología y Pedagogía con énfasis en Educación Comunitaria de la Universidad Pedagógica Nacional y experto en Lectura competente, de la Fundación Alberto Merani. Ha publicado los libros de poesía Las cosas que aprendí (Seshat ediciones, 2016; sello Uniediciones, 2018 y Seshat editorial, 2019); de ensayo; Razones de sobra (Uniediciones 2018), Murmullos de la intimidad (Uniediciones 2018) y la antología Depredación. Antología inusual de cuento colombiano contemporáneo (Seshat ediciones, 2017, Uniediciones, 2018). Sus artículos y colaboraciones en revistas nacionales e internacionales son: Fabulistas de la intimidad, revista Quimera, España, número especial de Navidad, 325; Mitológicas, revista Asterión No XLII y Raúl Gómez Jattin: la poesía como necesidad, revista Rara-Avis, Universidad Pedagógica Nacional, Nº 7-8, enero-diciembre de 2006. Ha sido catalogado en el centro virtual de la biblioteca University Harward y en el centro virtual de la Organización de los Estados Iberoamericanos (OEI). Su diatriba contra Rilke fue dada a conocer en el portal Renata del Ministerio de Cultura de Bogotá en el 2010. Una pequeña muestra de su obra poética fue publicada en la antología Nueva visión de autores cundinamarqueses (Editorial Gobernación de Cundinamarca, 2001). Su estudio Fabulistas de la Intimidad; Los Auténticos Extraviados, se publicó en la página virtual About, poesía en español de Nueva York y la colección de poemas Aridez en la revista Magazine Entremares de Alemania. Muchos de sus cuentos y ensayos han aparecido en varios sitios web de literatura como La raíz invertida, El cráneo de Pangea, Poetas del siglo XXI, Letralia, Claroscuro, Palabras esenciales, Revista Corónica, Macondo literario, Magazín del Espectador, Centro cultural Tina Modotti, entre otros.
Es el director, editor, diagramador y diseñador del Proyecto-Taller Seshat Editorial, además creó y dirigió la colección Textos Cautivos de autores nacionales e internacionales que apareció en el sello Uniediciones durante el año 2018; la colección Obra abierta de poesía en lengua castellana que recoge a una gran muestra de autores hispanoamericanos en el sello Proyecto-taller Seshat editorial y la colección Lector in fábula de autores inéditos.
Dirige el taller Muyquyta en Bogotá desde el año 2017. En el panorama nacional como gestor cultural es reconocido por ser director de: La voz del poeta, programa de entrevistas; El poeta tiene la palabra, reuniones con escritores; Debatiendo, exposiciones de temas culturales; Cine club Goya, cine-foros independientes; Anábasis, conversatorios culturales; Argo, conferencias; La gruta de las palabras, colecciones de poemas de autores latinoamericanos; Entrevistas especiales e Historias de Jazz y blues, programas radiales; y Léeme un cuento, historias del mundo entero para niños.
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Las Ilustraciones que acompañan los poemas son del artista plástico tunjano Jaime Forero. Alberto Motta Marroquín dice de él:
ENCUENTROS
El pensamiento artístico de Forero permanentemente asocia, y su espíritu futurista se reconoce a través de la intuición. Duda de las afirmaciones plásticas de ayer y se apoya en los niños, los poetas y los primitivos. Jaime Forero es un explorador del interior en lo exterior y la autoexpresion ilumina la atmósfera actual de ansiedad y desencanto; las vivencias anímicas de Jaime Forero dan origen a una creación plástica que invade al espectador con una energía que despierta la imaginación y acrecienta la sensibilidad. Aún compañero con el que tímidamente encontramos y elaboramos para otros y otras imágenes fijas y en movimiento. Amigo que ataca la envidia y el odio con versos, nubes, cacharros, y ternura.