He construido un sótano en el piso
parecido a Mayakovski.
Escribo sobre un eco de pájaros
que se niega a volar.
Los únicos dos dedos en la frente
les han sido mutilados al siglo.
Ahora en punto
marca el reloj;
sin aire
para sostener esta tormenta de postales
que salen de mi garganta.
Una mosca se frota las patas
sobre las naciones del desamparo.
Una mosca que habla,
que piensa.
a Susan Urich
Voy a través de mi tiempo
por vías sin asfaltar.
A duras penas recojo el agua
que expelen las nubes al besarse.
La tierra está muy lejos,
me explico,
el miedo no es sino una sombra
que me unto para caer.
A ratos cierro un ojo
y se encienden las perseidas;
el otro está sellado con un poema de Trakl,
preso en la escritura,
nostálgico
como las casas
donde hay sembrado toronjil.
Una vela es un estado joven del sol,
el principio del universo.
Poco a poco aparecen las siluetas
que circundan los rezos delgados de la guitarra.
Esas formas
en las que se convierte un cuadro de Pollock.
La actitud de las líneas
donde cuelgan las botas del fuego
corta la noche.
Pase lo que pase
inhala suave,
la sangre acaricia tu cuerpo desde dentro.
Fin de la cita.
Volver a ser sombra
con las hebras de la locura entre los dientes.
A Gabriela Rosas
Agosto es el verbo que se pronuncia contra el aire,
látigo en la nada,
jab de izquierda encima de la atmósfera.
Por más que grites
nunca van a sonar los dibujos animados como campanas.
Poeta es abrir un túnel en el pecho
para que escape el amor,
no al revés.
Nunca he visto labrar las pizarras con un fusil:
una bala es un epitafio.
Yo escucho King Crimson con prudencia,
he obtenido mi récipe legalmente.
El hombre irrumpirá en los campos de concentración
a reinventar Woodstock.
a retomar el orden natural del universo.
Bebed comed y tirad
que este es el cuerpo generoso del átomo.
Algún día seremos cápsulas masturbadoras y lumínicas,
algún día no muy lejano
cuando nos duelan los nudillos.
De niño aprendí un rezo
para hacerme invisible.
Una oración de agua
que se filtraba por las paredes cuando caía la lluvia.
Flor
que hablaba con las nubes
la escribió para mí
en un pedazo de tarde cercano al patio.
Juntó su tórax en forma de cuenco
y lo llenó.
Primero con unas frases color ámbar.
Era una resina similar a la que usan los chelistas
para arrancarle sonidos a la madera.
Ella frotaba las crines del caballo
contra el sol.
Esto es para el lenguaje, me dijo.
Después el agua.
Esto es para que nades y te pierdas
en las bahías de tu sombra
¿Cuándo es volver
si nunca me he arrancado
de mí?
pregunta la oruga.
Volver es imposible
Solo podemos ir a las plazas
que han quedado colgadas del sol.
Recrear los instantes
cuando la muerte estaba más lejos.
Fui al parque
a ver los zapatos dormidos
en los cables de la memoria.
El viento polinizado
subía por los espirales en mis ojos.
Todos teníamos la risa adolescente
de las guitarras.
Cebada en la boca y en la lluvia
uñas asesinas.
Ya no están más aquí.
Ni la harmónica.
Ni aquella lata bestial en la noche.
El sol nos verá morir a todos,
riendo
con la mueca dormida de Luca Prodan.
Nada excepto el metal
inundará el espacio inocuo del universo.
En mis cajas de zapatos sepultaré
los laberintos
que adornan este zoológico llamado hombre,
las calles diminutas que forman un puente
hacia mis urnas colectivas.
Estaré de pie
como las nueces que atravesaban los ríos.
Siempre habrá una excusa animal para volver
al rock,
al arte discursivo que nos acusaba
de ser menos personas que los monos.
Contados están los días en que la tierra
sea alcanzada por un naufragio
y sepamos que hay algo más profundo
que los trenes hacia La Paz.
El blues no nos calmó el hambre de aborrecernos.
Aún somos demasiado humanos
para cantarnos serenatas
con las pupilas.
Ahora todo el mundo tiene un poema,
un beso guardado en el bolsillo,
un labio redondo como la fruta que nace en los Himalayas.
Ahora todos tienen un doliente,
una cicatriz que avanza por todo el corazón,
un duelo profundo que no lo sana una pandemia.
Ahora todos están molestos
y se miran a través de sus cartulinas de plomo
y se acercan a tomar las sartenes de la sabiduría por las orejas.
Ahora todo es explícito
y decir cuatro frases emparentadas con muerte se celebra los domingos de cada mes.
Mucha soledad distendida.
Algo tan esférico y eterno como el canto de los grillos puede ser usado en tu contra:
una fecha en la que lamentablemente puede estar el elemento 7,
una pelota firmada por una estrella de mar.
Ahora se ha abierto una fosa común donde todos tenemos una palabra amiga
y un libro quemado donde habita el hombre y la mujer
y hasta un perro
y una molécula de uranio.
Ahora todos hacen videos caseros
y maldicen con fuerza
y apoyan las maldiciones (siempre y cuando no sean en su contra)
en cuyo caso maldicen de nuevo
y así ad infinitum.
Ahora tenemos que cuidar el diámetro de las vocales
y despertarnos con cuidado para evitar despertar a los difuntos
y luego salir a caminar por las aceras del píxel.
Luego no hay nada;
allí nos saludamos con miedo a decirnos adiós
y nos decimos adiós con miedo a romper las cáscaras del pensamiento
donde florece un jardín de orondas convicciones.
Ahora la piel es más fina
y nadie sabe
hasta cuando durará tanta tristeza.
a Alessandra Sofía
El sol de una presencia se escucha temprano. Pequeños pies asechan. Se parecen a la gesta de vivir lo más cercano a uno mismo. Esa gesta mínima y sofisticada.
Entran los primeros rayos de luz en mi atmósfera, en mi vaho salino mordido por las letras.
Pequeños pies se mueven para buscar la óptica de los objetos menos pesados, un día de aguacero.
Esa guitarra
canto en cautiverio
colgaba de un clavo.
El canto y el cautiverio,
y la casa;
del árbol,
mi casa quiero decir,
mi canto,
mi cautiverio.
Esa guitarra no estaba rota
tenía una herida.
Leyenda
y cedro como una oración,
lluvia como una oración,
sol como una oración;
discurso apretado con clavijas
y oído de artesano.
Esa guitarra que solo yo toco
se desnudaba,
se quitaba la ropa,
las cuerdas,
los trastes,
se desnudaba;
se quitaba la casa,
el canto,
el cautiverio
y yo la tomaba por la cintura
como si fuera mi país
y le decía
lléname los dedos de callos,
luz,
noche,
mi amor;
dime si esto
solo es cosa de trovadores
e ilustrísimos borrachos;
dame el canto,
vente conmigo a buscar
todos los amaneceres.
Algunos días
sus cuerdas eran venas
de tanto hacer del aire un coro.
Quiero que me entiendan,
yo tenía una pierna más,
una novia más.
Esa guitarra que arrojé
a los hambrientos domingos.
* * *
NOTA BIOGRÁFICA
Nació en Caracas, en 1975. Doctor en Educación, docente, poeta. Su trabajo literario le ha hecho merecedor a los siguientes reconocimientos: Premio Nacional de Literatura Bienal Ramón Palomares, 2015; Premio Nacional de Poesía de la Casa de las Letras Andrés Bello, 2015. Premio Nacional de Poesía Monte Ávila Editores, 2014. Algunos de sus libros pueden descargarse en Amazon.com. Es creador y desarrollador del proyecto elcentrodelpixel.
⊂Ο⊃
Las imágenes que acompañan los poemas son esculturas de AUGUSTE RODIN, obras del Art Institute Chicago, catalogadas como de Dominio Público | CC0