Foto / ©Andrés Rozo
Abuela me contó una vez este secreto: “Hijo,
la luna cuando ve al sol se pone más pálida que nunca”.
De Las muchachas del circo, 1986
El de Urbina miró detenidamente al hombre
que le pedía pelear bajo su mando a nombre de
la cristiandad.
Ni la nariz, ni el brillo de los ojos
convencieron a don Diego.
El hombre más que un soldado
de sus Reales Majestades de León,
parecía un judío converso.
Mejor embarcarlo para las Indias
que arrimarlo al Mediterráneo,
pensó el de Urbina.
Lejos estaba el señor capitán de imaginar
los cien mil brazos de Lepanto.
De Las muchachas del circo,1986
Todos los carpinteros van al cielo
A Arnaldo Victoria
Y también los sastres, los zapateros, los albañiles,
las costureras, los peluqueros, los artesanos,
y por supuesto, las putas y algunos buenos poetas.
Los malos poetas, en cambio,
llegan directamente al infierno
donde son condenados a construir
un único y eterno poema
que sea como Él, perfecto.
De Los espejos del olvido, 1991
Albatros
Frente a la ventana, el viejo marinero
Sueña las ballenas que navegan por su alma
Y que su ojo feroz no arponeó.
Su corazón es de verdad un único
Cementerio marino. No el del poema.
El que viaja en esa pequeña ola
Que rueda lentamente por su mejilla.
De Un jardín para Milena, 1992
©MARA / «María mulata», 2017
Amor y paisaje
El primer plano del cuadro
Es un inmenso campo de caléndulas
atravesado por una vereda
que llega al pie de un añoso árbol,
¿Ceiba o samán?
En su corteza se relata
una historia de amor,
pero el amor sólo cobra cuerpo
en el eterno balanceo del ahorcado.
De Un jardín para Milena, 1992
Nocturno
Aquí está la memoria.
En estos libros, testigos mudos
De su blanca piel de luna, está escrita su historia.
Hay que mirar por las hendijas,
donde su sombra,
a esta hora se desnuda. Nunca se piensa
que la perfumada sábana del amor,
sea la mortaja.
Mi corazón arrastra un barrilete, como un niño
que suspende su vida en la levedad de una pluma.
Ahora, cuando la noche es más espesa
alguien arrastra el cadáver de una alondra.
De Un jardín para Milena, 1992
©MARA / Serie «Ruidos», 2016
El libro
Así como la anaconda hipnotiza a sus víctimas
(No es raro ver una mariposa estampada
en el aire
o un colibrí paralizado ante el hechizo).
El sol se detiene en el reloj de arena
y los sueños son el río que no va al mar.
De El libro de las cosas, 1995
La barca
Yo, Zenon de Yampupata, salvador del poeta
y de su amada, navego el mar, espuma de oveja,
trueno de jaguar, viento de cóndor.
No sé, ni me interesa, si Odiseo es taxista en Lima
o cambista en el Cuzco.
Si Marco Polo, es un santo y seña de Sendero.
Si Colón llegó antes y después de Erik el Rojo.
No he cruzado el Aqueronte,
pero he caminado nueve montañas y nueve valles
por un puñado de sal.
Mi casa está a mitad de camino entre el sol y la luna,
es hecha de la caña que llamamos, “totora”,
y pasan por allí algunos viajeros,
(no todos, asustados musógrafos que no porfían un verso o un conjuro)
Mi barca, “El Avaroa”, es la liebre,
Aquiles, la lancha voladora del hotel de turismo.
Aún así, no sé en verdad, si pierda o gane.
De El libro de las cosas, 1995
©MARA / Serie «Danza silenciosa», 2016
Una muchacha de San Petesburgo
Anna Ajmátova, casó con un poeta,
Nikolai Gumiliov, fusilado por orden de Yezhov,
jefe de policía y mal sujeto.
Su hijo, Lev Gumiliov, padeció la cárcel a los veinte años.
De ella habló mal Maiakovski
antes de suicidarse, pero le perdonamos.
Anna Ajmátova, sufrió el terror.
Compuso Réquiem para que no olvidáramos.
Pero nuestras mujeres que ven morir sus hijos,
sus novios, sus esposos, asesinados.
No pueden leer más que la lista diaria
de los muertos.
Lloran de rabia, de impotencia,
Mientras cierran la tapa de los féretros
y de su alma.
Por eso hoy les hablo de Anna Ajmátova
para que sepan que no están solas
en su congoja.
De La luna en el espejo, 1999
Héctor Fabio Díaz
Llevo encima el traje azul, la corbata naranja,
la camisa que tanto gusta a Margarita, la del 301,
los zapatos negros recién lustrados, una pinta de hombre,
como dijo mi madre después del beso ritual de despedida
En la Kodak me tomaron la foto para la solicitud de empleo.
Pero de pronto me empujaron a un auto,
Me pusieron dos armas en la cabeza
Y acabé tirado en una pocilga
Donde me preguntaban por gente desconocida.
No señor, decía y me pegaban.
Sí señor, respondía, e igual me pegaban. Duro, lo hacían,
como si no tuviera carne, ni huesos, ni sangre, ni alma.
Ya no tengo traje azul, ni corbata naranja,
ni puedo abrazar a Margarita.
Ahora soy una desteñida foto que mi madre
lleva a cuestas en plazas y desfiles.
De El libro de los seres anónimos, 2001
Marcial Gardeazábal
Pertenezco a una estirpe que siempre
vive a destiempo.
Mi padre, víctima de un ataque de narcolepsia,
fue enterrado vivo.
Después del macabro hallazgo,
Mi hermano Joaquín convirtió su pesadumbre
en un interminable monólogo con la muerte.
Ernesto, otro hermano, virtuoso artista,
entregaba los lienzos al fuego no más eran alabados
por cualquier transeúnte.
Tío Pedro, armado de una tiza,
escribía en los muros iracundos poemas.
Y yo, el más práctico de los mortales,
me hice librero en un pueblo de analfabetas.
No se alarmen, es la saga que contará mi nieto.
De El libro de los seres anónimos, 2001
©MARA / Serie «La soledad», 2017
Inventario
Poseo
nidos de pájaros entre los anaqueles de mi biblioteca,
y un rico tiempo que los nutre.
Una brizna de hierba que me regaló una muchacha
de ojos claros.
Con ella y con los penachos de la última cosecha de maíz
mis aves construyen sus refugios.
Tengo también un papel que sueña ser un barco
y en él una mano desconocida escribió: te espero.
Algunos versos acompañan mis pertenencias,
pero es mejor no citarlos, pues serán otros mañana.
Hay un río, como uno de los bienes
por fuera del comercio,
nacido en la lustrosa cabellera de la más joven de las hechiceras.
Además, en el marco de la ventana florece el jazmín
recordando el olor de una vieja fotografía.
Para ser preciso, mi casa del barrio de los salesianos sólo existe,
con su mobiliario y sus espejos,
desde el sueño donde la arena dibuja tu cuerpo.
De Cequiagrande, 2011
Pandi
Eran los años en que los sueños me habitaban.
Como el malabarista que se juega el alma
en compañía de la muchacha que se alimenta de fuego,
transitábamos mi madre y yo sobre los muertos
que en el día simulaban ser pájaros ciegos.
Peregrinos de la piedra, en romería a las aguas termales,
olorosas a azufre,
topábamos los límites del inframundo,
donde reinaba el jinete sin cabeza.
Mi madre, como si nada ocurriera,
iba señalando los nombres de los árboles:
éste es un guayacán, decía, aquel, un arrayán,
el que está junto a las grandes rocas, un guayabo,
y así uno tras otro, desfilaban ocobos, guanábanos,
gualandayes, almendros,
mientras yo recordaba el golpeteo de los cascos sobre las losas.
De Cequiagrande, 2011
Palabras como cárceles
Algunos se construyen cárceles de aire.
Si dan un paso fuera, caen en el pozo de lo ignoto.
Se aburren, pero prefieren la comodidad de sus certezas,
a la extraña aventura de la incertidumbre.
Una vetusta pátina cubre sus zapatos,
y usan capa dentro de la camisa almidonada.
Algunas palabras forman intrincadas alambradas
Sobre la inocente página.
Fueron dichas por otros,
pero el ensimismado las recoge,
las hace suyas y las va instalando con mucha seriedad
y sapiencia donde alguna vez habitó el asombro.
Como se vanaglorian de su encierro,
y son muy apreciados por las academias,
tienen asegurado el bronce y el aplauso.
De Lista de espera, 2017
©MARA / Serie «Ruidos», 2016
Sin puntos sobre la íes
Dice el vulgo que los poetas viven del aplauso.
Dice la élite (más grotesca que el vulgo)
que los poetas viven del aplauso.
Vulgo y élite coinciden además en sostener
que los poetas son proclives a los halagos
y a los mimos del poder.
Ambos, vulgo y élite, admiran a los poetas
porque los reciben en los cocteles sin invitación previa.
Temen su lengua y sus odios.
Todos creen que la vida de los poetas es regalada
y piensan como Platón que son mentirosos y parásitos.
Los buscan para adularlos,
pero no compran sus libros y se aburren como ostras
en sus recitales.
No perdonan, unos y otros, su desenfado,
sus excesos de alcohol y de lujuria.
Pero abundan en guiños cómplices
y en hipócritas palmaditas en el hombro.
Cuando muere un poeta,
nadie recuerda sus versos,
pero son prolijos los obituarios.
Algún amigo bebe una copa en su nombre,
mientras ignaros y letrados
se regodean en sus cielos de plástico.
De Lista de espera, 2017
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NOTA BIOGRÁFICA
Bogotá, 1950. Edita y dirige desde 1987 la revista de poesía Luna Nueva que completa 44 ediciones y 31 años de vida. Ha publicado 13 libros de poesía de los cuales destacamos: “Las muchachas del circo”, “Diez regiones”, “Un jardín para Milena”, “El libro de las cosas”, (Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia, 1995), “La luna en el espejo”, “Diario de los seres anónimos”, “Cequiagrande”, y la primera edición en España del “Diario de los seres anónimos” que, ampliada y corregida, acaba de ser publicada por la editorial “La Mirada Malva”. La editorial Domingo Atrasado publicó en noviembre de 2017 “Lista de espera”. Se desempeña como director cultural de la Universidad Central del Valle, en Tuluá, donde también dirige la Colección Editorial “CantaRana”.
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Las imágenes que acompañan a los poemas son de la fotógrafa y artista plástica colombiana Marcela Sánchez – MARA. Para conocer más de su trabajo, les invitamos a visitar su WEB.
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